Esponjas
En muchas casas, los adultos conviven con pequeñas esponjas. Todas éstas son tiernas, buenas, con gran inteligencia y muy dulces. Su forma, tamaño y evolución vienen determinados, en la base, por factores genéticos; sin embargo, al pasar de los días, meses y, sobre todo años, van siendo modificadas por todo lo que van absorbiendo.
Su fuente de alimentación puede ser cualquier estímulo externo, pero lo que más marcará su carácter son las personas con las que se rodean. Algunos piensan, erróneamente, que sus amigos podrán influir fuertemente en ellas, otros que es la escuela la que marcará la diferencia, pero la realidad, es que son los padres (o educadores) los únicos capaces de hacer de ellas lo que acabarán siendo.
Desde el primer momento, nuestras esponjas recogen toda la información que les damos, consciente o inconscientemente. No importa que no nos estemos dirigiendo a ellas, pues, de la misma forma, estarán siempre atentas, captando nuestros gestos, nuestra forma de comunicarnos. Aprenderán a dirigirse a los demás, a solucionar los conflictos y a vivir...en función de cómo perciban que nosotros lo hacemos.
Existen excepciones que, como es natural, confirman esta regla, pero no debemos pensar que nuestro caso es una de ellas, ya que esto tan sólo puede llevarnos al error de creer que no tenemos la gran obligación de hacer de estos seres los mejores para el mundo. No debemos dejar en manos del Universo los hilos que mueven a nuestros propios hijos, pues si alguien tomó la decisión de darles la vida, también optó por ocuparse de ellos para siempre.
Si somos felices ellos lo serán, si tratamos bien a los demás harán lo mismo; si por el contrario vivimos amargados y en constante conflicto con el mundo, no habrá amigos, ni centro escolar que lo pueda solucionar. Si nos deshacemos de nuestra responsabilidad como padres, no esperemos que ellos lleven a cabo la suya como hijos; si no tenemos tiempo para lo más importante, ellos tampoco lo tendrán para nosotros más tarde.
Conozco niños agresivos cuyos padres me hablan sin respeto, otros buenos que vienen de la mano de grandes personas; niños que no saben donde están porque sus padres no saben darles su lugar, algunos inteligentes cuyos familiares cambian las riñas por explicaciones; niños absorbentes que no tienen a nadie que los estimulen, demasiados que hablan de otros porque oyen a sus madres criticar; por suerte, veo a muchos dispuestos siempre a ayudar porque no conocen otra manera de caminar; tantas situaciones como familias hay... Pero lo importante, es no olvidar precisamente que estas esponjitas, son tan sólo niños, sin maldad ni conciencia del valor de las cosas; que estos niños, no son más que eso, enormes esponjitas dispuestas a aprender todo lo que sus padres les quieran ofrecer.
Lo que veo a mi alrededor, es que no hay niños mal educados, sino padres que no han comprendido el valor de su educación.