Vamos a la Playa.., Oh oh oh
Con la llegada de las vacaciones lo primero que preguntábamos los niños era ¿cuándo vamos a la playa? Y allí que tu madre se disponía a sacar del “lavaero” los trastos playeros en letargo invernal desde septiembre pasado.
Se le daba un flete a las oxidadas sillas de hierro de Titanlux blanco y sí hacía falta se compraba tela de lona en un Refino para cambiarla, eso sí, de rayas siempre. La mesa y la sombrilla por si tenía alguna varilla suelta y lo más importante era la funda para la sombrilla que por aquella época casi todas las madres la habían hecho ellas de sobrantes de tela -de los tiempos en los que se cosía-
Mención aparte era la intendencia, el sacar la batería de “tuperwares”, vasos de plástico, platos para la playa o fiambreras; destinadas todas ellas a contener las viandas estivales y areneras: la imprescindible tortilla, los pimientos fritos o “asaos”, las papas “aliñás” y los sacrosantos bistecs “empanaos” que esos eran directamente dirigidos a la fiambrera de aluminio con la tapadera azul o roja...
La colección de cubos, moldes, rastrillos y palas de la playa salían escena junto con el balón de Nivea. El flotador azul con cabeza de pato y el salvavidas de goma dura con estrellitas y caballitos de mar. Y por supuesto el colchón de dos colores, uno por cada lado. Sí, ese que a tu padre, entre ducado y ducado, le costaba Dios y ayuda inflar.
Ya sólo faltaba encaminarse a la “carterilla” y coger el tranvía al Balneario o a Cortadura. Ese “charquito” junto a las muralla hundidas de Cortadura que fue referente de varias generaciones de niños. Esos polos de “Avidesa” y esa madre preocupada de hacer la digestión y de mirar a ver si tenías los dedos “chuchurríos” para que te salieras del agua.
Los domingos lo primero que había que hacer era levantarse a las 7 de la mañana, ir al Almacén que estaba abierto de tapadillo a comprar las botellas de litro de Cruz Blanca, el Valdepeñas Savin y de Casera de Celis de limón o naranja -por aquella época la Coca-Cola y el Fanta eran prohibitivos y yo siempre fuí de Mirinda- El sonido del tenedor en el plato batiendo los huevos para la tortilla era el despertador dominical. La cola de la “Carterilla” era enorme y los autobuses salían hasta los topes, que ríete tu de como meten a los japoneses en el metro.
Que jornadas de playa, al final lo mejor era volver a casa a quitarse el salitre y arreglarse un poquito, ya que si nos habíamos portado bien... lo mismo había Cine de Verano... ¡ A ver a Terence Hill y Bud Spencer !
Pablo M. Sánchez Martín