Sonrisa electoral
Sin conocerlos físicamente se distinguen a leguas. Durante estos días no es tarea nada complicada identificar a un político por la calle. Además de dar la mano y regalar palmaditas en la espalda a personas que no han visto en su vida, hay un factor que les diferencia del resto de los mortales: la sonrisa profident, o también llamada sonrisa electoral, les acompaña a todos lados.
Como algunos que solo se ríen y te saludan cuando se ponen una peluca y una falda de lunares en carnavales, hay políticos a los que se les ve los dientes únicamente en campaña electoral. Tan ensayado e interiorizado tienen el gesto que, como en el caso de Rita Barberá, siguen sonriendo incluso cuando le niegan la mano, tiran su propaganda electoral al suelo delante de ella o le dicen a escasos centímetros de su cara que es una choriza. Ahí sigue, impertérrita, resplandeciente, la sonrisa.
Hubo un tiempo en el que pensaba que para estos políticos debía suponer todo un esfuerzo y ejercicio de autocontrol descomunal, no entrar al trapo y reaccionar como cualquier persona normal haría. Pero no, he aprendido que no debe ser tan difícil. En realidad el esfuerzo que hacen no es para seguir sonriendo, impávidos, sino para no soltar una carcajada y descojonarse en la cara del pobre ‘currito’ pensando en que, ellos sí, volverán a tener la vida resuelta durante al menos otros cuatro años más, mientras el resto del pueblo se las verá y deseará para subsistir.
Alrededor de estos sujetos, me refiero a los políticos, revolotea siempre un enjambre de pelotillas empedernidos, exentos de dignidad, con el carné del partido en la boca, prestos para jalear cualquier movimiento de su líder con un sonoro olé, aunque éste solo le haya dado un sorbito a su café. Calentando motores para El Rocío o para la feria de su municipio, estos palmeros conocidos y reconocidos esperan igualmente conseguir sus míseras migajas durante otra legislatura, mediante algún puestecito a cargo de las arcas públicas. Orgullo, amor propio, decencia o decoro, cero, pero oye, que la cosa está muy mal y sin doblarla se vive muy bien.
Ciñéndome al plano local, el panorama es bastante desolador. Personalmente estoy cansado de políticos que usan a Sanlúcar como trampolín político para satisfacer su propio ego, a la vez que su cuenta bancaria. Todos vienen a trabajar por y para Sanlúcar, pero solo hasta que alguien les ofrece algo mejor. En ese caso huyen como de la lepra de un pueblo al que han contribuido a dejar hundido en la miseria, con unas de las tasas de desempleo más altas del país, a la vez que con el IBI más alto que les permite la ley.
Creo que no es necesario dar nombres; todos tenemos sus caras grabadas. El que se fue a la Junta, la que se fue a trabajar para la cúpula de su partido, el que se fue a Diputación. Tan solo espero que hagamos caso a un lema que usa precisamente uno de estos partidos: Sanlúcar pide cambio.
Pues eso, cambiémoslos, que ya llevan muchos años chupando, y demos paso.