El último bosque de San Fernando
Es difícil imaginar que en tiempos pretéritos hubo, en territorios hoy urbanos de nuestra ciudad, zonas forestales que venían a cubrir varias hectáreas de tierra no cultivada. Y menos pensando que el poblamiento de nuestra isla tiene su origen desde hace seis mil años; sin embargo, la presencia humana ha sido discontinua y escasa hasta el siglo XVIII, cuando a partir de la fundación de nuestra localidad, numerosas huertas rodeaban la ciudad. Aunque hasta el siglo XIX, todavía quedó vivo un último reducto forestal formado por pinos piñoneros que sirvieron para la obtención de leña, para estacas de apuntalamiento como forma de obtener tierra firme en terrenos fangosos en la posterior construcción de distintas dependencias militares, salinas, etc. y por último, como madera para vigas en la reparación de distintos edificios de la ciudad. Amén de usos forestales sostenibles por los que los distintos dueños se preocuparon. La presencia de bosques costeros mediterráneos, como los que hoy subsisten en la, demasiado humanizada, costa gaditana, también estaba presente en nuestro territorio municipal. No es difícil imaginar (viendo los bosques cercanos) qué especies componían dicha foresta; pero no hace falta hacer ningún ejercicio intuitivo para saberlo. Tengo en mis manos una de esas joyas editoriales, que a riesgo de hacer publicidad, me ha servido como fuente para éste artículo: La Heredad de Fadrique, de Miguel Ángel López Moreno. Libro publicado en el 2.003, y del que dos capítulos describen la arboleda del Don Juan Infante, existente en lo que hoy es la zona entre el Callejón del Reverbero y los conocidos polvorines. Extrae la información a cuenta de unos arrendamientos realizados a lo largo del XVIII, y de la cartografía de la época, y anterior, como es el caso del famoso mapa de las Islas Gaditanas, dibujado por Fray Gerónimo en 1.690.
Aparte de los distintos huertos, generosos en árboles frutales, también se hace hincapié en la presencia de muchas especies autóctonas a lo largo de los territorios no ocupados de la entonces Isla de León, como es el caso de las retamas blancas, aún hoy presentes en los terrenos sin ocupar, cercanos a la playa y a Gallineras del cuartel de Camposoto, donde aún habitan por miles, conejos y perdices en abundancia, que son fáciles de observar desde la valla, en invierno, tras varios días de temporal. También en el Cerro de los Mártires, quedan bosquetes de éste arbusto típicamente mediterráneo. Pero volviendo a la zona antes mencionada, en dichos arrendamientos se menciona la necesidad de conservar bien el bosque de pinos piñoneros de la zona, pues parte de la economía local dependía de ello. Haciendo especial mención en la protección de los lentiscos, matorral mediterráneo que venía siendo abundante en el pinar, como hoy lo es en los que quedan. De ellos se obtenían varios elementos, como la resina de almáciga, que servía para fortificar las encías y como reconfortante del corazón, aparte de elaborar barnices y masilla para los cristaleros. De sus frutos se obtenía alimentación para los cerdos, se fabricaba jabón o aceite para lumbre. De sus ramas en flor, vino de lentisco que servía para cortar las diarreas, y por supuesto leña, a decir por los entendidos una de las mejores. De la antes mencionada retama se obtenía las fibras para la fabricación de cuerdas, cestos, escobas, etc. De los propios pinos, no se aclara más, aparte de lo contado antes, pero está claro, y apostaría por ello, que la recolección de piñas era también importante en la economía de la finca. El pinar tuvo varios momentos de peligro y tentativas de ser talado, pero tanto las circunstancias como los dueños de la finca lo impidieron, hasta la llegada de la Guerra de la Independencia, en el asedio a las islas gaditanas, donde la necesidad de maderas para distintos fines puso el interés militar y logístico por encima de la conservación del bosque. Luego fueron las arboledas de eucaliptos los que darían sombra a muchos rincones de La Isla, los cuales introducidos a finales del XIX, servían realmente, junto a las chumberas y pitas, para demarcar caminos y fincas. Luego quedarían también algunas dehesas formadas por acebuches muy dispersos entre los pastizales para una mínima ganadería, como sucede hoy, en algún terreno no urbanizado de Camposoto.
Hoy en día, San Fernando es una de las ciudades de mayor tamaño de la provincia, con un terreno municipal que se encuentra entre los más pequeños y que prácticamente está copado, sin casi terrenos para urbanizar. Todos los entendidos en economía y urbanismo (y casi todo el mundo) saben que una vez superada esta crisis, la localidad volverá a crecer y utilizará los territorios aún sin tocar. Para entonces, se habrá ocupado todo el terreno urbanizable y de tierra firme. Será una ciudad acabada en el sentido técnico, que como Cádiz, no volverá a crecer. Para entonces, como ahora el imaginar cualquier terreno forestal en San Fernando se antoja difícil, ya que ni siquiera en el XVII, en el mapa de Fray Gerónimo destaca el territorio por sus bosques realzando como zona arbolada, casi únicamente, el mencionado pinar.
El Pino piñonero en la Calle San Federico sigue ahí gracias a los vecinos y a Agaden, que lucharon y se manifestaron para que el pino no fuese derribado, y ahí, cortando la carretera nos hace siempre fijarnos en su belleza. Es de agradecer
Un saludo
Menos mal, primero por el propio árbol, y luego porque está claro que la calle hubiera perdido toda identidad sin el pino. Siempre es un consuelo saber que hay gente preocupada por nuestro patrimonio natural. Un saludo.
[…] de ‘Guión 13’, Jaime Contreras, la realizadora audiovisual Elena Medina, el técnico ambiental Carlos Baños, la periodista experta en Memoria Histórica Vanessa Perondi y el Historiador del Arte Rafael […]