Clint Eastwood: El talento inagotable de un clásico
Solo un tipo tan republicano y patriota como Eastwood podía rodar un film como “El francotirador”. Pero no os quiero llevar a engaño porque la propuesta huye en todo momento de un patrioterismo indignante, de una idealización del ejército americano. Clint, pletórico una vez más, nos obsequia con un discurso sobrio, digno y pausado. Ofrece sin aspavientos un retrato sincero sobre el amor a un país por encima de todo, incluso de la familia. La conciencia de un soldado dotado de un don especial para la guerra nos llega a conmover sin que el director realice ningún truco para conseguirlo, además de lograr mantener un vigor narrativo envidiable durante más de dos horas, sin escatimar un ápice de su talento en la consecución de unas magníficas escenas de acción. Pero los más jóvenes que todavía no conocen a Eastwood de una manera profunda, pero que acuden en masa a disfrutar de un film tan magnífico como el que nos ocupa –el film más taquillero de 2.014 en USA, sin ir más lejos- quizás se asombraran al saber que tiene ya 84 años, aunque dirige con la pasión de un chaval.
Corría el año 1.971 cuando un Clint Eastwood ya talludito –tenía 41 años- se atrevió por primera vez a ponerse a ambos lados de la cámara tras años de aprendizaje al lado de dos descomunales artesanos como eran Don Siegel y Sergio Leone. Su ópera prima se llamó “Escalofrío en la noche” –aunque yo siempre preferiré el original “Play misty for me”- y en ella, a pesar de lógicas irregularidades, se atisbaba el talento de una estrella con una habilidad especial para conseguir una narración viva y fresca, manteniendo un ritmo encomiable y marcando el terreno en el género para films como “Atracción fatal”, uno de los grandes éxitos de la siguiente década.
Durante el resto de los 70 destinó su talento como realizador a la consagración de su estatus como actor taquillero. Obras como “Infierno de cobardes” y “El fuera de la ley” eran westerns tan ejemplares como exitosos, que le otorgaron el rodaje necesario para lo que sería capaz de lograr años después. Aunque Eastwood, siempre sorprendente y ecléctico, se marcó un drama romántico de altura con esa rareza protagonizada por William Holden llamada “Primavera en Otoño”.
Llegados ya los 80, su mirada se centró entre meros –aunque dignos- vehículos taquilleros para mayor gloria de su cuenta corriente como “Firefox”, “Impacto súbito” o “El sargento de hierro” y apuestas arriesgadas que le reconciliaban con el séptimo arte como “El aventurero de medianoche” –primera muestra cinematográfica de su enorme amor por la música- y ese western tan estupendo que fue “El jinete pálido”.
Pero algo cambió en su percepción del cine llegando casi a los sesenta. De repente el Eastwood director se convierte en el autor que todos hoy en día veneramos. Y fueron dos figuras esenciales en el arte del siglo XX – Charlie Parker y John Huston- las que inspiraron e impulsaron la metamorfosis artística de la estrella. “Bird” y “Cazador blanco, corazón negro” son dos obras modestas en su concepción pero enormes en su resultado. Eastwood ni siquiera protagonizaba la primera de ellas, permitiendo a Forest Whitaker componer uno de los papeles de su vida. La segunda era una brillante revisión del accidentado rodaje de “La reina de África”, tan entretenida como vibrante y la prueba definitiva de que la estrella ya no solo se movía por la taquilla.
Este cambio en su manera de entender el cine se hizo patente ante el gran público en 1992 con el estreno de “Sin perdón”. Un western crepuscular maravilloso y el epílogo definitivo para un género que se lo había dado todo. Eastwood consigue un film monumental, heredero de los clásicos que le eleva a los altares. Incluso la Academia se rinde a sus pies y le otorga cuatro estatuillas a la película –dos de ellas a él- en lo que supondría el inicio de un idilio que todavía continúa. La escena del duelo final de “Sin perdón” es cine con mayúsculas, un ejemplo del genio de un autor que también se ha curtido muchos años en el género de acción.
Tras esta maravilla, Clint nos obsequia con una de las filmografías más apabullantes y excepcionales que jamás ha logrado un director en la historia del cine. Repasémosla para valorarla en su justa medida.
Con “Un mundo perfecto” logra una brillante y emotiva visión de la niñez y de la pérdida de la inocencia, consiguiendo una de las grandes interpretaciones de Kevin Costner en toda su carrera. “Los puentes de Madison” se convierte de pleno derecho en un clásico del cine romántico, una obra maestra que contiene una escena –la que todos recordamos con el protagonista bajo la lluvia- que se encuentra, en mi opinión, entre las más maravillosas del cine reciente. Con “Mystic river” consigue un drama tan poderoso como cruel que clava en la butaca al espectador, asombrado por las enormes interpretaciones de sus protagonistas, mientras que “Million dollar baby” es sencillamente una obra de arte brutal pero rodada con una sensibilidad tan ejemplar que su visionado se convierte en una experiencia cinematográfica inolvidable.
“Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Iwo Jima” suponen la inteligente visión desde ambos bandos de un conflicto encuadrado en la Segunda Guerra Mundial. Incluso visualmente me parecen fascinantes –especialmente la segunda-. Los que dudaban de Angelina Jolie como gran actriz dramática tuvieron que rendirse ante ella en un film tan impresionante como “El intercambio”, en el que Eastwood da un recital tras la cámara. Una película tan inteligente como demoledora. Y con “Gran Torino” logró un film maravilloso, su presunta despedida como actor –luego protagonizaría “Golpe de efecto”-, bella y emotiva pero que no esquiva la dureza tan imperante en su filmografía como realizador.
Pero tampoco podemos pasar por alto auténticas joyas como “Poder absoluto”, “Space cowboys”, “Ejecución inminente” o “Invictus”, todos ellos films con momentos poderosos y que se colocan en calidad muy por encima de la media del Hollywood actual.
Por todo lo anteriormente expuesto puedo aseverar, sin miedo a caer en la exageración, que Clint Eastwood es uno de los grandes directores de todos los tiempos. Un genio que ha sabido desarrollar su faceta de autor sin olvidar su eterno tirón popular. Un tipo tan brillante al que solo podemos darle las gracias –de manera infinita- por regalarnos tantas y tantas obras de arte. Y ahora vayan a ver “El francotirador”, otra joyita para la colección.
Muy bueno Andres, aunque quizas influya mi estado de enamoramiento cronico de Clint.