La Calle Real en 16 capítulos; capítulo (III)
…saliendo de su parada en la Calle Real abajo, delante del Bar del mismo nombre. Dicho autobús pertenecía a la familia Peralta que más tarde vendió su concesión a la Empresa Belizón, que actualmente sigue realizando el servicio de esta misma línea si bien con un recorrido y unas paradas modificadas, que hoy incluso llega hasta el Centro Comercial de Bahía Sur. El otro autobús que también circulaba era el que se conocía por ‘el autobús de Meléndez’ que iba desde un poco más abajo de la Plaza de la Iglesia a la altura del mismo Bar La Parada (por constituir un sitio clave elegido para estos rodados menesteres) hasta el Arsenal de La Carraca (Arsenal que dicho sea de paso fue el primero que se creó en España impulsado por Felipe V.
Pero las obras no se efectuaron hasta 1752 por orden de Fernando VI. Obra en la que pusieron todo su empeño y se implicaron denodadamente en su creación, en la actividad y en su desarrollo, tanto José Patiño Rosales, Ministro y Secretario de Estado durante el reinado de Felipe V (Patiño, fue grande de España y Caballero de la Orden del Toisón de Oro). Como el Marqués de la Ensenada de nombre Zenón de Somodevilla y Bengoechea, Secretario de Estado de Hacienda, Guerra y Marina y Consejero de Estado durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III. Al marqués de la Ensenada se le debe el impulso de crear la Armada española del siglo XVIII, que más tarde se hundiría en la batalla de Trafalgar. Sin embargo del citado marqués, se conocía sus buenas actitudes y cualidades, pero nada se conoce en firme de él antes de su llegada a Cádiz).
Entrando en el interior del centro militar con parada curiosamente también en la Plaza de la Iglesia de dicho establecimiento. El autobús en cuestión y en su recorrido Calle Real abajo para tomar la carretera de la Bazán pasando por el Puente de la Alcantarilla y por el Puente de Hierro (por cierto entre ambos puentes se ha construido un pequeño y apretado mini polígono industrial (si así se le pude llamar) pegado junto a la vía del tren, albergando más de una veintena de naves en un lugar tal vez equivocado, inoperativo a la fluidez necesaria y con visos de escasa o nula prosperidad, un desacierto que no puede ocultarse a la vista de todos) ofrecía la posibilidad de llevar a los viajeros que lo necesitaban no sólo a La Carraca, sino también a la Empresa Nacional Bazán por tener su emplazamiento justamente adosado a dicho Arsenal.
Y para eso, el citado autobús después de traspasar la magnífica Puerta Principal que se construyó durante el reinado de Carlos III en 1784 en la que se puede contemplar cómo a ambos lados y en el conjunto de su esbelta y ancha estructura, se conserva dos huecos de puertas laterales: una, de entrada y otra de salida, que el autobús en cuestión una vez que traspasaba el hueco de la puerta lateral derecha, efectuaba su parada para el desalojo de los viajeros que iban a la Bazán y no a La Carraca. Y esto sucedía en el espacio que quedaba comprendido entre la citada Puerta Principal y las respectivas puertas particulares de accesos a ambas factorías que, aunque dispuestas juntas, separan a cada una de ellas, aunque comunicándose con una puerta interior de accesos respectivos. Hoy existen unos autobuses interurbanos que hacen los servicios de la periferia: Bazán, Casería, Gallineras, Bahía Sur, etcétera.
También existía otro tranvía interior que iba desde la Plaza de la Iglesia a La Carraca partiendo de la misma parada utilizada para los que hacían el servicio a Cádiz. Y su recorrido y vicisitudes fueron tan dignas como curiosas de reseñar aparte, porque igual que el citado autobús de Meléndez, discurría este tranvía desde su parada por la Calle Real hacía bajo, dándole la vuelta a la Plaza Font de Mora, pasando por delante de la Escuela del Trabajo (donde precisamente tuvo en sus principios y a poco tiempo de su estreno, un aparatoso accidente que no pasó a mayores) para luego tomar la calle Escaño, Colón, Calatrava, San Ignacio, Ruiz Marcet y San José y San Antonio (en esta calle era habitual que la chiquillería del barrio (entre la que me encontraba) se subiesen para divertirse en los estribos de aquel tranvía que en invierno eran muy cortos, pero en verano disponía de más espacio porque se convertía en una jardinera generalmente a remolque de dicho tranvía. Estas travesuras ocurrían durante un breve o largo periodo de tiempo de su recorrido, dependiendo su tiempo de disfrute, hasta que el Cobrador no se percatara de la presencia de aquellos niños a lo cual acudía presto para abortarla. Aunque esta situación nunca llegaba más allá del Puente de la Casería (puente que fue tristemente derribado en un abrir y cerrar de ojos, o como se suele decir de la noche a la mañana y del cual nada más se supo a pesar de circular la noticia ante la protesta de los ciudadanos, que sus piedras se habían conservados numeradas para su posterior traslado a otro lugar. Pero la triste realidad es, que de él nunca más se supo).
También constituía otro divertido episodio contemplar cada vez que el cobrador tenía, que colocar el trole que se salía con relativa frecuencia del cable por donde discurría. Operación que requería cierta pericia para introducir la polea situada en el extremo de dicho trole y alojarla en el cable conductor, que disponía de la electricidad necesaria mediante la cual se movía el tranvía. Y que aquellos niños coreaban entre risas, las veces que el citado sufrido cobrador necesitaba para poder colocar el trole -tarea nada fácil- en su alojamiento: ¡una..., dos…, tres… y las que fuesen…! Situación ésta que no hacía otra cosa, que aumentar el nerviosismo del infortunado cobrador para realizar tan vital e importante colocación. Circunstancia sin la cual no andaba el tranvía, claro. Y una vez que a duras penas había sobrepasado el Puente de la Casería, tomaba el Camino de La Cruz. Así llamado porque en dicho camino existía una cruz de hierro colocada sobre la base de un poyete o pedestal de mampostería de algo más de un metro sobre el suelo, que referenciaba el lugar donde se contaba que había perdido la vida uno o los dos hermanos a la vez en una reyerta que sostuvieron entre sí por la disputa de una novia. Y la costumbre de los que pasaban por allí, era depositar una pequeña piedra en la base escalonada del citado poyete de las muchas que se encontraban en el citado camino de arena, al tiempo que se quitaba otra de las que ya existían puestas en aquel pedestal, de tal manera, que siempre había las mismas piedras sin que en realidad se supiese el verdadero motivo de esta circunstancia.
Pero lo cierto y verdad era, que esto ocurría por el efecto del boca a boca. Y divertía hacerlo a los niños y también a los adultos, que pasaban a pie por allí (incluyéndome en esta práctica). Después, el tranvía giraba por el célebre Castillito instalado en la finca del “Recreo de López” donde el infante Don Juan de Borbón conde de Barcelona, padre del Rey Emérito Juan Carlos I, estuvo alojado cierto tiempo entre los años 29 al 30. Castillito que más tarde fue Escuela y Residencia de la Sección Femenina para las jovencitas alumnas procedentes de las Escuelas de Magisterio (algunas venidas de afueras) con el propósito de completar en verano unos cursos de obligado cumplimiento referidos a labores domésticas, artesanales, folclóricas, de educación física y otros conceptos antes de obtener sus títulos de Maestras…Continuará…
[…] Capítulo III: […]