Desamores
La despedida del amor es un duro paso por el que todos pasamos alguna vez. Amores que creímos eternos, sanos y felices se convierten en miedos, límites y soledad. Despertamos sin saber qué hacemos en el lugar en el que estamos y salimos corriendo sin entender siquiera cómo llegamos allí; o, peor aún, buscas su pasión y tan sólo encuentras el leve cariño de quien ya se cansó de buscarla en ti.
Así, las mañanas dejan de amanecer con el sol y nuestros ojos sólo son capaces de abrirse durante las largas noches en las que nuestras lágrimas preguntan si seremos capaces de llenar ese gran vacío que la relación nos dejó. Cuando, aunque sólo fuese por un momento, nuestro amor fue verdadero, deja de tener importancia quién tomó la decisión de hacer lo que el otro no se atrevió.
Las estrellas se convierten en testigos de nuestras ganas de conseguir dejar atrás lo que ya es imposible que siga adelante. Será entonces cuando a nuestra mente sólo vengan los buenos momentos, los besos más dulces, los viajes más apasionados y las caricias más cálidas. Una sonrisa que te pellizca el corazón, una mirada que te invita a vivir, los días soñados y los sueños compartidos... El alma vuelve a partirse en mil pedazos y la oscuridad se intensifica para dejarnos en el mayor de los desconsuelos.
Perdidos en un mundo que parece no conocernos optamos por olvidar mucho más allá de lo que tuvimos. Un paso firme para entender que lo que no puede ser jamás será. Decidimos retar a la noche y levantarnos con el primer rayo de sol. Una sonrisa forzada al espejo y otra de repuesto por si nos reflejamos en algún escaparate. Salimos a recorrer la ciudad buscando las señales que nos digan que no merece la pena seguir lamentándonos por todo aquello que no podemos cambiar.
El Universo comienza a mover sus hilos para hacernos entender que no volveremos a estar entre sus brazos, no tendremos su sabor en nuestros labios, no sentiremos jamás el latir de su corazón; pero también, para mostrarnos la inmensidad de un mundo que difícilmente podremos disfrutar desde nuestros sollozos. Los ojos se inundan de felicidad al ver millones de almas a nuestro alrededor; almas que sueñan, sienten, se ilusionan y que, en muchos de los casos, buscan lo mismo que nosotros.
Lloremos cuando duela, pero no hagamos del dolor nuestro día a día, pues ya sabemos que el amor empieza y acaba, pero también, que cuando acaba lo hace para poder volver a empezar.