La escalera
Me dispuse a bajar las escaleras. Desconocía el porqué, pero una fuerza me empujaba a salir a la calle como hacía meses que no sentía. Me puse lo primero que vi. Mientras recorría los ocho pisos que me separan del portal pensé: "Subo cada día contando los escalones para hacer más llevadero el recorrido, pero nunca me ha dado por hacerlo al bajar. Supongo que bajar es más fácil que subir", concluí tristemente.
Al llegar abajo sentí como el móvil hacía vibrar mi pierna. Al mirar la pantalla vi "Mamá. Llamada entrante". Me asusté tanto que el teléfono salió disparado hasta el único charco que había en la acera. El corazón parecía querer salirse de mi cuerpo y mi cuerpo parecía haberse desvanecido de la Tierra. Los hilos del Universo seguían enredándose en mi vida.
Volví a encontrarme con mi alma cuando la voz de un vecino me golpeó el tímpano. "El teléfono de tu casa no para de sonar. Creo que alguien tiene algo importante que decirte", bromeó. Mi primer pensamiento fue el de ver como un acierto mi repentina salida, quién sabe qué iba a encontrarme tras aquel auricular...
Ya había meditado más de una vez sobre la posibilidad de volverme loco, de estarlo de verdad. No como un loco soñador, sino como un loco de remate. El momento había llegado, esa había sido la señal. Quizás corrí a la calle intentando huir de lo que estaba por venir, pretendiendo esconderme de un final indeseado, provocado y esperado. ¿Había notado mi alma que ya era su final? ¿Querría mi cuerpo dejarla sin más?
Las mismas preguntas me creaban dudas. Las pocas respuestas me hacían temblar. La incoherencia de aquel momento comenzó a despertar en mí el instinto de querer morir, de saber que esa sería la única manera de escapar de aquella realidad cada vez más tenebrosa. Quise caminar y tan sólo conseguí llorar, me propuse gritar y el silencio me envolvió de oscuridad. Acababa de ver un fantasma y lo peor aún estaba por llegar.
Si ese era mi final, no le permitiría seguir dejándome como un cobarde. Desconecté mi mente de aquel momento. Navegué hasta los días en los que la vida nos permitía vernos, tocarnos, mirarnos y hablarnos. Pude ver su rostro sonriéndome, sus manos acariciando las mías y su voz dándome los consejos que siempre me salvarían.
Sin darme cuenta ya había entrado de nuevo en el portal. Me sentía tranquilo al mismo tiempo que excitado. Mis recuerdos eran tan nítidos que aquellos minutos me parecieron un viaje real en el tiempo. La energía fluía por mi cuerpo dejando atrás el miedo que segundos antes me habían paralizado.
Miré hacia arriba sabiendo que debía contestar a esa llamada. Al agachar la vista ya estaba sentado en el sofá. Mi mano ansiosa en el auricular. El teléfono comenzó a sonar. "- ¿Diga? - Hola, Víctor. Discúlpame, te has llevado por error mi teléfono y no quiero preocupar a mi madre que supongo que ya me habrá llamado más de una vez, ¿no?"
Mi mente se quedó en blanco. De repente caí en la cuenta: "Es la primera vez que no cuento los escalones al subir".