Mi escuela, la de todos
¿Cuántas veces hemos oído de los labios de una madre la frase de “yo a mi hijo lo meto en (nombre de centro concertado) porque es mejor colegio que el público”? No niego que hay centros privados que son una maravilla y colegios concertados muy buenos pero la escuela pública no se queda para nada atrás. Tras haber terminado el último curso de Bachillerato y haber hecho Selectividad, hoy estoy en posición de desmentir a todo a aquel que diga que el sistema educativo público es malo. Como estudiante, he tenido la oportunidad de observar lo peor y lo mejor del sistema educativo. He conocido profesores cuyo desinterés por su profesión era lo menos parecido a la motivación que un alumno necesita para ir a por la mejor nota. He visto clases con tantos alumnos que costaba aprender algo. Y he conocido alumnos que se han dejado llevar por la corriente del fracaso escolar sin que nadie se molestase en luchar por ellos. Sin embargo, a pesar de que todo eso exista, esos casos no son la norma sino las lamentables excepciones de un sistema bueno pero imperfecto. Y puedo decir esto con conocimiento de causa porque he tenido profesores que te hacían mirar a la pizarra casi con fervor y admiración. He vivido clases en las que he aprendido más en una hora que en cuatro años. Y he visto a profesionales dejarse la piel y el alma para conseguir que un alumno en un principio descartado acabe entrando en la carrera que deseaba.
Hoy, después de doce años de escuela pública a mis espaldas, soy capaz de entender las causas, las consecuencias y el desarrollo de un conflicto internacional como el de Israel y Palestina; capaz de oler una mentira en las palabras de un ministro y de detectar la maniobra de distracción de un presidente del Gobierno; capaz de irme a vivir a Inglaterra sin haber pisado una escuela de idiomas; capaz de escribir esto y que se entienda. Toda la cultura y la formación que poseo se la debo al Estado y a todos aquellos que pagan sus impuestos y considero que no es una mala formación en absoluto. Por eso no entiendo a aquellos que reniegan de la escuela pública como si fuera la peor de las escuelas. El problema que subyace detrás del famoso “fracaso escolar” que tantas reformas educativas han intentado paliar sin éxito no es el sistema, no son los profesores, no son las leyes. El problema somos los alumnos: la sociedad. No apreciamos lo que se nos está dando, no ponemos interés y es imposible enseñar a alguien que no quiere aprender. El sistema es claramente mejorable pero dudo mucho que se arregle con reválidas ni con Religión. La única forma de atraer a ese alumno perdido es la atención constante: aulas con menos personas y más profesorado solamente. Pero nadie en el Gobierno parece darse cuenta de que hacer una reforma de supuesta mejora mientras recortas en gasto educativo es una contradicción como una casa de grande.
Es imperativo que la escuela pública no quede reducida a lo que es en países como EEUU: el túnel sin salida en el que entran los hijos de los que no pueden permitirse el colegio privado. La última opción a elegir. Porque por experiencia sé que si te esfuerzas en aprovechar lo que se te enseña allí, aprenderás muchísimo. Nadie nace sabiendo y después de estudiar toda mi vida en colegios públicos yo sé. Por eso gracias a todos los profesores que he tenido durante todos estos años y a la escuela pública porque hoy puedo decir con orgullo que sé.