Trescientos años de un barrio con solera
Hablar de Camarón o del Chato de la Isla como figuras claves de parte del flamenco de antaño, entre otros tantos, nos obliga a mencionar el barrio natal de ambos: el barrio del Carmen o, más conocido popularmente como, el barrio de las Callejuelas. Tiene su importancia en haber sido el barrio por el que nuestra población se expansionó hacia el suroeste, siguiendo el recorrido marcado por la Calle Real hacia su salida a Cádiz. El origen del barrio se halla en la iglesia conventual Nuestra Señora del Carmen, que se erigió allá por 1733, convirtiéndose en la primera iglesia oficial de San Fernando (posteriormente siendo la iglesia Mayor o de San Pablo y San Pedro) El nacimiento de la iglesia y su barrio adyacente, está íntimamente ligado al aumento de población, iniciado en los s. XVII y XVIII, provocado por la fuerte presencia que recibió la Isla de León por parte de familias llegadas de toda la cornisa cantábrica. Estamos hablando entonces de un barrio con solera, de un barrio de unos trescientos años mínimo de antigüedad.
Sin embargo, como barrio céntrico, ha sufrido en las últimas décadas la alteración arquitectónica a causa del desarrollismo de mediados del s. XX. Entre sus calles se alzaron edificaciones de nueva planta y de estética no precisamente armoniosa con el resto de viviendas. Las viejas fincas son de una única planta baja, con azotea, fachadas encaladas y con pocas almenas, más bien rematadas por una sencilla cornisa. También destacar que en su mayoría, compartían un amplio solar unido por un patio de vecinos, extrema sencillez estética y de aires bien marineros y populares. Una estética humilde, característica de su propio vecindario y de las actividades a las que se dedicaban cotidianamente: a las salinas, al despesque, a la salazón o al marisqueo. Duros trabajos de sol a sol para aquellos vecinos con viviendas alegres y llenas de vida, aunque poco acomodadas y hoy día muy infravaloradas. Esta sencillez arquitectónica es base de la peculiaridad que escasea en la actualidad. Las desproporcionadas construcciones de los años 60 y 70 y las reconstrucciones posteriores, han hecho mella en este singular barrio, llegando incluso a hacerle perder cierta personalidad. Una pena, pero ciertamente es lo que podemos observar al pasear entre sus calles. Éstas han perdido el dinamismo de otros tiempos cuando los más pequeños salían de sus patios y salían a jugar a la vía pública o cuando llegaba el “afilaor” con su bicicleta, dando gritos, dispuesto a afilar los cuchillos de cocina y las tijeras de la costura, o cuando llegaba los peones del tajo para tomarse su chatito en el güichi del barrio, mientras hablaban de la jornada, del fútbol o los toros…Hoy, sus calles están semidesiertas, ocupadas por vehículos aparcados por doquier, aceras y fachadas agrietadas y tráfico contínuo, calle arriba o calle abajo. El vecindario también debería ser más consciente en la limpieza de sus calles y valorar lo existente, porque el patrimonio es parte de la ciudadanía.
Volviendo a la personalidad de un barrio y su arquitectura, cabría preguntarse el porqué no se mantuvo las antiguas fachadas, el porqué no se mantuvo la misma armonía arquitectónica, el porqué no se conservó la originalidad y las peculiaridades propias..., y así tantos otros porqués. A ello también habría que sumarle, la peligrosa presencia del paso del tiempo que provoca el abandono y la ruina de ciertas viviendas. Una pena, una triste pena pues vemos como estos “oasis” en estados ruinosos acechan por derrumbarse, aún cuando, se les tapien todos sus accesos. Tal vez, para no mostrar las vergüenzas y la dejadez en su interior, pero mayor pena será cuando se derriben para hacer viviendas nada acordes con el aire popular de sus calles. Y nos volvemos a preguntar, ¿cómo serían antes?, ¿quiénes vivían en ellas?, ¿cómo se vivía y de qué vivían sus inquilinos?
Algunos poseen una fachada propia de viejos almacenes y bodegas, de añejos güichis o de humildes talleres ¡Qué triste no recuperar lo genuinamente antiguo! ¡Qué escaso valor a lo singular!, y que fácil es sustituirlo por tres plantas de viviendas sin encanto estético. Esperemos que el barrio mantenga lo poco que le queda de genuino, esperemos que el vecindario sepa defender lo suyo y esperemos que la administración local sepa corregir, valorar y crear un plan de desarrollo turístico para una zona emblemática, tan céntrica, tan flamenca y tan cañailla.
El barrio de las Callejuelas es ese barrio que podría equipararse, salvando y no tanto las distancias, con la Casería o el barrio de la Pastora en San Fernando o bien con el Mentidero y la Viña en Cádiz. Sin querer ser exagerado, en el patrimonio nada lo es. Y más, cuando se le puede sacar el mayor partido para el disfrute y el desarrollo turístico.
Retomando el principio de este artículo, Camarón y el Chato nacieron en las Callejuelas, concretamente en la casa nº 29 y nº 14 en la Calle Carmen, respectivamente. La casa natal de Camarón será recuperada y accesible al público, por fin, tras años de abandono y olvido. Una casa que será musealizada, recogiendo y mostrando parte del mobiliario y los enseres de su familia, permitiendo enseñar al visitante la manera en cómo se vivía en una vivienda de tales características. Por ello, se debería recuperar otras fincas abandonadas de este barrio (u otros), para así, ofrecer una oferta cultural adecuada y vinculada con el entorno y volver a darle vida, un atractivo, un valor, un plus turístico al vecindario. Las Callejuelas es un barrio excelentemente comunicado, teniendo por su cara noreste la Calle Real, hoy semipeatonalizada, con futura parada de tranvía Cádiz-San Fernando-Chiclana y en plena Alameda del Carmen que podría convertirse en un espacio de terrazas hosteleras. Por otro lado, por su cara suroeste tenemos la casa natal de Camarón de la Isla y la Calle San Onofre, un eje secundario y de rápido acceso a la Ronda del Estero, al molino del Zaporito, a los senderos naturales, al muelle de Gallineras o a la playa de Camposoto. Puntos claves y que conectarían con otras zonas de la Isla para potenciar su turismo. Dicho barrio podría contar, para su desarrollo, con el apoyo institucional, social y de personal de la Peña de Camarón, de la Casa de la Juventud, de la AA.VV Luz del Carmen, para de este modo, darlo a conocer a través de la realización de actos y actividades socioculturales a gente local y foránea. Las asociaciones vecinales y los colectivos socioculturales o juveniles deberían de implicarse, primeramente escuchar qué ideas propondrían y posteriormente desarrollarlas, siempre y cuando el fin conlleve la revitalización del barrio.
¿Qué es lo que permitiría unas mejoras y una puesta en valor en todo este barrio? Sencillamente, un despegue comercial y hostelero en la zona, un aumento turístico cultural, vinculado al flamenco y a la difusión del modo de vida del barrio en el pasado, la creación de empleo y la generación de ingresos directos del turismo, la apertura de nuevos negocios o espacios culturales y de alojamiento en el entorno. Sería toda una oportunidad para revitalizar el barrio y como complemento turístico dentro de la Ruta de Camarón o la Ruta Constitucional.
En definitiva, aquello que tengamos ya sea mucho o poco, es necesario valorarlo y reconocerlo, explotarlo con sostenibilidad, respetando lo genuino y sabiendo gestionarlo como algo único e inimitable que es. El turismo cultural, histórico y natural, una vez más, pueden y deben estar unidos siendo complementarios entre sí.
Eduardo Mera de Oliveira