La generación de la independencia
Con las europeas al caer y siendo la primera vez que voto me he visto ante una pregunta que casi da terror al plantearla. “¿A quién voto?” Pero lo peor no es que yo y otro puñado de personas de mi edad no sepamos a quién votar la primera vez que vamos a una mesa electoral sino que el otro puñado (de proporciones cien veces mayor que el nuestro) ni siquiera se lo está planteando. ¿Abstención por castigo? ¿Desencanto con la clase política? Hasta eso sería mejor pues indicaría que al menos se involucran en la vida política. Pero no. La triste y cruda realidad es que no les importa. Son personas ya formadas con una cultura general pero que almacenan ese conocimiento, con perdón, en el rincón más rincón de sus entretenidas mentes y venga, a coger polvo se ha dicho. Es una indiferencia plena por parte de ese sector de la población tan importante por la que un dictador vendería su alma al diablo, pues es esa clase de indiferencia la que gesta gobiernos totalitarios. Y esa indiferencia y falta de ideales ya sabemos que históricamente son un cóctel molotov.
Pero lo primero y más necesario es una etapa de crisis. Un absoluto desprecio por el sistema vigente, un desengaño con la autoridad política del momento y una desesperanza generalizada. Lo segundo es que surja la figura del líder, ese elegido, ese héroe que está dispuesto a arreglar todo lo que funciona mal, cuyo discurso es digno de un mesías. Lo tercero, una población medianamente ignorante, que tenga cultura suficiente como para involucrarse en la vida política pero no la suficiente como para ser inmune a la demagogia fácil, que no sepa discernir entre el compromiso real y la promesa de bajar la Luna del cielo. Y por último, solo hace falta un cambio de poder, unas elecciones o un golpe de estado. Esta nueva figura se instaurará como el salvador y recibirá un apoyo mayoritario de la población. Y a partir de ahí, todo será obtener cada vez más poder para asegurarse de que no pierde su puesto privilegiado.
Después de lo sucedido antes y durante la II Guerra Mundial, nadie en Europa y en EEUU cree que esto pueda volver a suceder ya que la sociedad occidental es demasiado culta como para ser engañada de esa manera. Sin embargo, basta con escuchar cualquier intervención de un político europeo al azar y encontraremos expresiones como “sacrificio”, “esfuerzo”, “paciencia”, “recompensa”, “futuro” etc. El mismo argumento con la misma intención que el que se usaba en la Edad Media. Sufrir ahora nos dará la felicidad en el futuro. Y así llegamos casi al tercio de la población activa en paro sin que el país arda en llamas.
Además, el clima social de Europa no es tan diferente al que se necesita para que surja la figura del héroe semidivino. Una crisis económica de grandes dimensiones, una clase política que está corrupta y que ha perdido toda la confianza de la ciudadanía, una crisis moral y un sentimiento pesimista generalizado. La sociedad, en estos momentos, es un caldo de cultivo perfecto para que surjan estos líderes y estos movimientos ideológicos que se basan en la fe, en la demagogia y en la promesa de un mañana mejor. La radicalización es ya un hecho en muchos países. En Grecia, por ejemplo, ya ha aparecido un partido de derecha extrema que ha llegado a obtener representación en el Parlamento griego en las últimas elecciones y que cada vez gana más adeptos. La población solo está esperando que aparezca el “mesías” para volcar todas sus esperanzas en él.