Estado de derecho al pataleo
Decían, nos contaban, que los españoles teníamos la inmensa suerte de vivir en un país en el que se habían consolidado la democracia, los derechos y las libertades individuales en un tiempo récord desde la muerte del dictador de cuyo nombre no me quiero acordar. Decían, nos contaban, que vivíamos en un Estado de Derecho, con todo lo que eso conlleva y que contábamos con un estado de bienestar que ya quisieran para ellos muchos países que nos llevaban varios siglos de ventaja en lo que a democracia se refiere.
Esto es lo que no decían, lo que nos contaban. La realidad es bien distinta. La democracia que la clase política nos había fabricado era una democracia a la carta. Una democracia que salvaguardaba todos los derechos de la propia casta -la política y la que campa a sus anchas alrededor de ella- pero que dejaba desamparado al ciudadano. Una democracia en la que, tal y como se ha demostrado en estos últimos años, la única diferencia con la anterior dictadura radica en que ahora tenemos derecho a votar antes de obedecer sus órdenes. Una democracia que, en cuanto ha tenido la oportunidad, ha sustituido el Estado de bienestar por el estado de bienestán. Ha cambiado el Estado de Derecho por un estado de desecho, dejándonos como único recurso el derecho al pataleo.
Este último derecho que nos queda también tiene las horas contadas. No esperaban tanto pataleo en tan poco tiempo, por lo que han preparado un frente perfectamente configurado por la Ley de Seguridad Ciudadana, reforma del Código Penal y la Ley de Tasas Judiciales que harán de freno ante tantas concentraciones y manifestaciones. Vivimos a diario una involución drástica de derechos, pero la única que les importa es la de su liberalismo. Experimentamos como nunca una trágica deflación que hace mella en nuestra dignidad, pero la que les afecta es la económica.
Nos hemos acostumbrado tanto a esta crisis de democracia que ya nadie se escandaliza cuando descubrimos que la financiación ilegal de partidos es de todo menos ilegal. Nos hemos aclimatado tanto al déficit de justicia y ética que ya nadie se horroriza cuando un juez es juzgado por un tribunal entro cuyos miembros se encuentra parte interesada. Nos hemos habituado tanto a esta falta de valores morales que ya nadie se indigna cuando miembros del Gobierno, que van como cabeza de lista para las europeas, esconden ingresos y relaciones con empresas privadas.
La muestra de nuestra indiferencia es que los sondeos indican un empate técnico entre los dos grandes partidos, con una abstención altísima justo cuando deberíamos mostrar toda nuestra fuerza. Parafraseando a Soraya, en mi puta vida pensé que la democracia consistía en esto, pero nada cambiará hasta que nos concienciemos que no hay lobby más potente en el mundo que el formado por los ciudadanos. Si nos ponemos en marcha, no habrá quien nos pare. ¿Te vas a resignar o te vas a movilizar y contagiar a los demás?