Allan Stewart Königsberg  cumple 78 años. Pero no los celebra desde su retiro dorado, sentando cátedra a las nuevas generaciones, sino al pie del cañón y en plena forma.  Incluso tiene la “osadía” de firmar “Blue Jasmine”, uno de los films del año 2013 – año para olvidar por muchos motivos, incluidos los cinematográficos – que a buen seguro perturbará su paz cotidiana con tentativas de la Academia para mezclarse con un Hollywood que está dispuesto a trabajar con él por el salario mínimo en pos de una estatuilla dorada que le importa bien poco. En una época en la que se apuesta ya por todo, apuesten a que no aparecerá…

Y es que nuestro querido Woody es un tipo modesto, que huye de los flashes y que jamás se habrá planteado la importancia capital que tiene en la cultura popular no solo norteamericana, sino mundial.

Pero cómo explicarle a un veinteañero cualquiera, prisionero de los videojuegos y de los films rodados con abuso de pantalla verde, el talento del personaje que nos ocupa. Como mucho le sonará su peculiar imagen de marca y nos contará que en sus películas se habla mucho y no hay ni tiros, ni carreras de coches ni explosiones... y no le faltará razón. Pero yo le diría que es el mejor cronista posible de los problemas del ciudadano medio, que se verá reflejado en sus películas a medida que vaya madurando. Le recordaría que su filmografía es una maravillosa enseñanza de vida en el que aprendería lo que es el lado más frustrante de las relaciones sentimentales viendo “Annie Hall”, que en “Interiores” o “Hannah y sus hermanas” vería reflejada la tensión y crispación provocada por las relaciones familiares, que para darse cuenta de que la codicia y la mezquindad del ser humano no tiene límites le recomendaría que no dejara de disfrutar con “Delitos y faltas” o “Match Point” y que “Maridos y mujeres” le mostrará la infidelidad como prueba fehaciente de la erosión del matrimonio.

Y como seguramente este veinteañero estaría empezando a pensar que soy un recién estrenado cuarentón que no para de darle la brasa con un tipo que apenas conoce, me sacaría un as de la manga y le recordaría que esos programas de monólogos que él tanto disfruta no tendrían dinero suficiente para contratar a nuestro protagonista…  que es ante todo cómico, escritor y un tipo divertidísimo.

Quizás ahora no conseguiría mucho del joven pero le aseguraría que en el momento que entrara en el maravilloso universo de este genial “hombre del Renacimiento”, jamás querría salir de él. Es lo que tiene dejarse embelesar por la grandeza de un hombre sencillo.