“Estimado” señor Rajoy:
La verdad es que no sé muy bien qué epíteto usar con usted, ya que no me inspira mucha simpatía ni estima, lo admito. Pero supongo que eso de “estimado” es ya más una fórmula de cortesía que una expresión de verdadero aprecio.
Tengo diecisiete años tan solo. Con ese dato muchos de los que lean esto dejarán de tomarme en serio (en especial si son esa clase de simpatizantes suyos que cree que lo de ser un indignado es una moda de hippies y que por ser joven uno no sabe de lo que habla). Pero lo pongo para que vea que, no por ser joven, se tiene que ser un irresponsable sin criterio que solo sigue a la corriente por aburrimiento. Yo tengo criterio propio y sé cuáles son mis ideas y mis pensamientos gracias a que me he beneficiado de una magnífica educación pública (sí, esa que usted pretende desmantelar con la excusa de que no es eficaz). De todas formas, mi intención al escribir esto no es criticar la mentalidad despreciativa de muchas personas de este país, ni tampoco arremeter contra su reforma educativa, por más ganas que tenga. El tema que trato hoy me indigna más aún, si cabe, por lo inhumano de su naturaleza. Y es que no paro de oír pequeñas noticias, así como quien no quiere la cosa, sobre el cobro a inmigrantes ilegales por el uso de la sanidad pública (sí, aún sigue siendo pública a pesar de su empeño en hacerla privada). Y también acerca de las consecuencias de la retirada de la tarjeta sanitaria a esos inmigrantes.
Empecemos por algo básico. La ley. Sí que es cierto que estas personas están en situación irregular y eso es un problema que habrá que tratar de alguna forma, no lo discuto. Pero es de ser muy poco compasivo, incluso cruel en el más amplio sentido de la palabra, poner por encima de la vida humana lo que no deja de ser una “simple” ley. De verdad que no le entiendo. Es una falta de conciencia enorme por su parte el poder dormir sabiendo que está dejando en el más absoluto de los desamparos a miles de personas dentro de ese territorio que le han confiado para gobernar. Y, por supuesto, no necesito ni obtener su respuesta. Me basta con repetir ese vacío argumento que han venido usando para acallar a las voces de la culpa en la cabeza de los españoles: “No consentiremos que la vida de una persona llegue a correr riesgo. Trataremos a los casos urgentes, a los niños y a las embarazadas.” Obviamente, no van a dejar que un hombre con un ataque al corazón, por muy marroquí sin papeles que sea, se muera en la puerta de un hospital porque ningún médico ni ningún ciudadano lo permitirían. O que una embarazada, por muy senegalesa refugiada que fuera, diese a luz en la calle sin ningún tipo de asistencia médica porque la opinión pública se horrorizaría. Sin embargo, tampoco distan mucho estas situaciones de lo que el gobierno ha recomendado hacer en materia sanitaria. ¿Por qué alguien va a tener que sufrir el malestar de una fiebre alta solo porque esté en situación irregular? Claro, el dinero. Aunque, no sé si lo sabe, pero el espíritu de tener una sanidad pública es ayudar a los que no pueden pagarse una sanidad privada. Y el día que yo pague mis impuestos, tengo muy claro que prefiero que se destinen a pagar el jarabe para la tos de un inmigrante ilegal, por mucho que él no haya pagado los suyos, a que se usen para pagar el sueldo de uno de sus “asesores”.
Además, un poco de responsabilidad, por favor. El tener un grupo de población fuera de cualquier cobertura sanitaria, en sí mismo, es un riesgo para la salud pública. Es tener prácticamente un punto ciego en la vigilancia de las epidemias, dejando en manos del más puro azar el control de enfermedades tan peligrosas como la meningitis o enfermedades endémicas de otros países. ¿A qué extremo estamos llegando por ahorrar unos euros mientras que se sigue despilfarrando en mantener los privilegios de la clase política? ¿Con qué autoridad ética está gobernando este país? Usted, que dice ser católico, ¿cómo se permite hacer uso de semejante hipocresía? Su religión predica compasión y cuidado a los más vulnerables pero esto es justo lo opuesto a esa moral.
De paso, me permito a una crítica a la sociedad española. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos permitiendo? Nos distraen con un discurso lleno de palabras sin sentido y nos quedamos contentos. Nos conformamos con decirnos a nosotros mismo que nadie morirá, que es necesario hacer política de austeridad en tiempos de crisis, que son inmigrantes ilegales que no pagan impuestos, que no contribuyen a pagar esa asistencia sanitaria. Pero se nos olvida que ya ha habido noticias que hacen que a mí, por lo menos, me hierva la sangre. Nos olvidamos de que debería haber ciertas líneas rojas a la hora de recortar gastos. El dinero nos está volviendo despiadados e indiferentes hacia nuestros semejantes. Se nos olvida que esos inmigrantes ilegales se han jugado la vida para venir a un país que no es lo que se dice el paraíso de las riquezas ahora mismo, por lo que no debían de vivir muy bien en su tierra. Se nos olvida que, si están aquí, es para poder vivir de forma medianamente decente, que no son precisamente ricos. Se nos olvida que fuimos un país de emigrantes y que lo estamos volviendo a ser, que conocemos de primera mano esa discriminación. Y, sobre todo, se nos olvida que son personas. Cordura, por favor. Que estamos permitiendo verdaderas barbaries en nuestro país solo porque no nos afectan a nosotros. Y luego, cuando nos enteramos de cosas como el rechazo de proporcionar tratamientos contra el cáncer a los inmigrantes sin tarjeta sanitaria, nos llevamos las manos a la cabeza y proclamamos “vergüenza de España”. Pero vergüenza de España no, vergüenza de los españoles.