Maestro de Maestros
Han pasado 43 años desde su primera “marchita” y, a más de uno nos parece que fue ayer mismo. Sin embargo, a otros, parece no querer gustarle el hecho de reconocer que, en su simplicidad, estaba su genio. Se empeñan en recordarle con un escueto “qué buena persona era… qué buen hombre…” y no querer (o no poder) darse cuenta de que constituyó un punto de inflexión esencial para nuestra Semana Mayor. Es más, me atrevo decir que, sin sus composiciones, evidentemente, nada sería igual. En sus finas y delicadas melodías y su sencilla pero efectiva armonía radicaba una abrumante calidad musical, desconocida en la Isla (y más allá) en aquellos años. Tan sólo con frases de 16 compases, divididos en dos semifrases de 8 compases cada una (lo más básico que se despacha en este arte de la Música) era capaz de decir tanto… qué belleza… Cómo me hubiera gustado que el bueno del manchego estuviera aquí, ahora, y nos deleitara con una de sus marchas…. Pero hecha grande esta vez… para una plantilla de banda de las de ahora. Me gustaría preguntarle tantas y tantas cosas… Sobre todo el porqué de tanto artisteo. Daría, de seguro, una lección (musical y de sencillez) a los que silbándole una melodía al músico de turno, tienen luego la desfachatez de llamar marcha a ese “engendro” y poner su nombre en ese diabólico Sibelius. En fin.
¿Han pensado ustedes alguna vez en la valentía de ese señor? En el año 1970, cuando en San Fernando se oía, sí o sí, lo único que se estilaba por aquellos entonces… “Nuestro Padre Jesús”, “Pasan los Campanilleros” o “La Estrella Sublime” amén de algunas de las de maestros tales como Pérez Monllor, Márquez Galindo o Álvarez Beigbeder (casi nada), el espigado maestro se atreve a concebir un tipo de marcha por y para la Isla, y lo que es mejor… por y para su “bandita” pensando en una plantilla musical muy reducida, típica, por otra parte de aquella época de carencias en todos los ámbitos. Eso se llama corazón. Y no sólo lo que venía ya desde hacía años oyéndose… sino también lo que se estaba componiendo en esos mismos años… marchas contemporáneas de las que me refiero tales como “Jesús de Pasión” de Pedro Braña; “Refugio de San Bernardo” de José Albero o “Sevilla Cofradiera” de Pedro Gámez Laserna y algunas más dentro de nuestra demarcación como “Jesús de los Afligidos” o “Esperanza del Silencio” de José González García “el mellao”… Está claro que nuestro protagonista no se achantó ante tales circunstancias, con la osadía propia de quien siquiera piensa en ello, por su sencillez, por su bondad… definitivamente su corazón, grande como su Castilla natal.
Aún me pregunto cómo hemos podido derivar tan a las antípodas de ese enriquecedor estilo… si lo único que había que hacer era seguir el camino… Sí; es cierto que los tiempos van cambiando. Y la música, como cualquier otro arte, se guía por modas y tendencias… es así, qué duda cabe. Sin embargo, este nuestro estilo de marcha cofrade es capaz de permanecer impertérrito con el paso del tiempo. A la vista está: no hay banda de la Isla que no tenga en sus repertorios al menos una de sus marchas. Incluso alguna Agrupación Musical, tiene la adaptación de su más afamada composición (y si no es así, deberían de tenerla, es el ABC de la música cofrade isleña).
Cualquier homenaje a éste genio me parecerá poco, porque fue un innovador y porque además lo fue sabiendo serlo. Si tuviera ese desparpajo (por no decir algo peor) que tiene algún “maestrillo” de los de hoy en día, hoy sería reconocido fuera de nuestras fronteras como lo que es: uno de los grandes. Aunque creo, por lo poco que le conocí, que él no valdría para tener esa desvergüenza. Él era diferente. Aún así, y digan lo que digan, démosle a cada uno su sitio, por favor. Estará ligado a la Isla por siempre y nosotros debemos velar porque así sea. Agripino Lozano Perea…por favor, jamás olviden su nombre.