El fútbol como componente socializador
Como todos los años por estas fechas, los aficionados al fútbol, nos disponemos a dar comienzo a una nueva temporada de este noble deporte, deseosos de ver rodar el balón.
Desde estas líneas, no vamos a hacer referencia a los mega famosos y archiconocidos jugadores de los grandes equipos de los que se habla y escribe hasta saturar, sino que vamos a centrar y dedicar nuestros esfuerzos en seguir las evoluciones de esos otros jugadores y jugadoras (cada vez son más las féminas que se incorporan a este deporte), no conocidos en otras esferas que en sus propias familias y círculo de amistades.
No obstante, estos pequeños y estas pequeñas, a estas alturas de inicio de temporada, tienen puestas idénticas ilusiones, voluntades y esperanzas que esos otros jugadores, en los que tienen puestos sus ojos y que les proporcionan un ejemplo a seguir, para convertirse en un futuro, en los cracks del mañana. Podemos observar en estos días en las tiendas de deportes de todas las ciudades, en estos momentos de dificultad económicas en los que vivimos, como los padres y madres hacen un esfuerzo para ver las caras de felicidad y satisfacción de estos pequeños al hacer efectivas las compras de botas, kits de entrenamiento y, en su mayoría pagar unas cuotas, para que sus pequeños y pequeñas puedan hacer realidad ese anhelo.
Sin embargo, este esfuerzo ni es efectivo ni garantía de éxito por sí mismo. Y es aquí y ahora, donde quiero hacer una reflexiva llamada a la sensatez a todas las personas implicadas en este mundo del fútbol base, que nos encargamos (yo me incluyo entre ellas) de que estos pequeños deportistas puedan hacer realidad todos esos sueños (entrenadores, monitores, directivos, sin olvidarnos de esos padres y madres, así como de los estamentos deportivos), para que seamos conscientes de que la presión desmedida y la competitividad extrema, tanto dentro como fuera del terreno de juego, es hacer un flaco favor a estos pequeños y frágiles cerebros, que a estas edades, absorben todo cuanto ven y escuchan de lo que les rodea, no sólo en el ámbito deportivo, sino en su proceso de madurez personal, que es, al fin y al cabo, lo más importante.
Es por esto, que somos los adultos los que debemos hacer un ejercicio de serenidad y cordura, y ofrecerlo de modelo de referencia de conducta, para así evitar que este deporte nuestro se transforme en un campo de batalla donde se crean hostilidades hacia todos y hacia todo, y afianzarlo como un espacio más que sirva para completar la formación de estos chicos y chicas, incluyendo los valores que la actividad deportiva siempre ha tenido por bandera, como son el compañerismo, solidaridad, capacidad de esfuerzo, espíritu de sacrificio y, sobre todo, respeto a los adversarios, árbitros e instalaciones donde desarrollan esta actividad.
Juanma Ortíz.